jueves, 16 de junio de 2011

"Vacas, cerdos, guerras y brujas" de Marvin Harris

No todos podemos viajar lo que quisieras y de la forma que quisiéramos, por ello nos tenemos que conformar con leer, no es lo mismo, ya se, pero si un modo de conocer algo mas. Por eso os quiero recomendar un libro, ahora que viene los días de relax (playa, piscina ....)



Lo que hace este libro es ampliar tu perspectiva. Una persona con mirada rectilínea se reconoce enseguida: es la primera en decir que vivimos tiempos convulsos, que los valores se están perdiendo, que la gente es más violenta que antes, que somos muy materialistas y consumistas, que se ha perdido el romanticismo, que el sexo lo domina todo, etc.

Esa clase de personas parece no ver más allá del barrio donde viven. Como máximo consiguen ampliar su mirada al país donde viven, a los países vecinos. Pero no saben o no quieren ampliar su mirada hacia atrás en el tiempo, ni mucho menos hacia todos los puntos del planeta.

Vacas, cerdos, guerras y brujas es un amenísimo estudio antropológico y científico que aspira a una mejor comprensión de las causas de los estilos de vida. Sobre todo de los estilos de vida aparentemente irracionales e inexplicables. Y Marvin Harris aborda esta misión con cautela y erudición, habitualmente derribando verdades que creíamos incontrovertibles, incluso desmitificando muchos estudios antropológicos de campo por su falta de objetividad científica.

Algunas de estas costumbres enigmáticas aparecen entre pueblos sin escritura o “primitivos”. Por ejemplo, los jactanciosos jefes amerindios que queman sus bienes para mostrar cuán ricos son. Este capítulo resulta el más divertido y también uno de los más enjundiosos, pues Harris demuestra que los pueblos tribales, apegados a la naturaleza y al espíritu, son tan o más materialistas y consumistas que los habitantes del primer mundo.
Otras costumbres pertenecen a sociedades en vías de desarrollo, como el de los hindúes que rehúsan comer carne de vaca aun cuando se estén muriendo de hambre. O como las grandes ciudades (incluso en sus barrios más conflictivos) son paraísos comparados con los índices de violencia y crímenes violentos que se suceden en gran parte de las tribus ancestrales, como los Yanomami, que nada saben de videojuegos o películas violentas, de falta de disciplina de los profesores, de destrucción de valores o de ateísmo. Algo que nos tendría que hacer reflexionar.

A modo de ejemplo, zambullámosnos un poco en esta fascinante sociedad que pondría los pelos de punta a Bibiana Aído o a cualquier feminista de lilas vestiduras.

Una sociedad que rinde culto al príapo y a la testosterona y que desprecia al género femenino por sistema: aunque siempre se andan peleando entre ellos por cuestiones de adulterio o por promesas incumplidas de proporcionar esposas, como si la mujer, en el fondo, fuera lo más importante.

Absolutamente todos los hombres yanomamo, guerreros duros y fuertes (algo así como los espartanos de 300), coléricos y aficionados a las drogas, magullan, mutilan y violan a absolutamente a todas las mujeres de la tribu. Los más feroces incluso las hieren o matan. Así que no es raro encontrar que el cuerpo de cualquier mujer yanomamo es como un mapa geográfico del dolor, lleno de arañazos, hematomas e incontables marcas de supremacía varonil.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante de esta sociedad es la reacción de las mujeres ante su situación. No hay quemadoras de sujetadores. Tampoco hay sumisión sin más. Lo que hay es otra cosa aún más insólita.

Las mujeres yanomamo esperan de ser maltratadas. Es más, su estatus como mujer se mide por la cantidad de maltrato que han sufrido, como si sus medallas al honor fueran hematomas y sus cicatrices, bellos adornos con los que sentirse más deseadas que sus competidoras. Encuentran difícil imaginar un mundo en el que los maridos sean menos brutales.

No quiero  extraer conclusiones como que el ser humano es esclavo del lugar donde nació, de sus genes, de su herencia cultural y de la selección natural. Aunque creo que es verdad que todos cojeamos de los mismos genes, y que el medio es importante, sí, pero que nuestra dotación genética hace inevitable muchas de nuestras tendencias naturales.

Alianza Editorial
Antropología
248 páginas
I.S.B.N.: 978-84-206-3963-5





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